Un escrito sobre el viejo adagio, "planta un árbol, ten un hijo, escribe un libro, para ser un hombre completo":
En el pequeño cementerio de Abrego hay una tumba sin inscripción ni lápida. Pero en las noches que no sopla el viento se puede oír una voz:
"Luego me puse a plantar árboles. Los hijos se me fueron; los árboles jamás. A los hijos les di yo; los árboles me dieron a mí.
"Y eso fue lo que hice. Engendrar muchos hijos; plantar muchos árboles. Quiero decir que viví porque hice surgir la vida.
"Lo demás, lo del libro, no importa. Quienes los escriben sacan libros de un anaquel, los leen, escriben el suyo, y vienen otras manos y los ponen en el anaquel.
"Yo tuve hijos. Yo planté árboles. Viví. El libro se los debo..."
Armando Fuentes Aguirre.
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